miércoles, 21 de enero de 2009

Locura transitoria

EL día 20 de enero de 2009, Barack Obama tomó posesión de su cargo de presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Este acontecimiento, o más bien, la aparición de este hombre negro en la escena pública, ha llevado al mundo entero a una situación de éxtasis, a una euforia descontrolada por los grandes cambios que vendrán bajo el brazo de este hombre, según predican los medios de comunicación. En los inicios de este proceso de ilusión colectiva, tan sólo los medios y los partidos políticos de corte menos reaccionario apostaban abiertamente por Obama. Por su parte, la derecha oficial se mostraba reticente ante la posibilidad de que un hombre negro, joven y del partido Demócrata pudiese optar a la presidencia americana.

Con el paso del tiempo, el protagonismo de este hombre fue creciendo a la par que las ambiguas connotaciones de cambio que le acompañaban. Cuando su victoria se convirtió en una obviedad, todos los medios de comunicación del sistema, todos los gobiernos del mundo y, lo que es más relevante, la inmensa mayoría de la ciudadanía internacional estaban del lado de este joven político. Podemos decir, sin riesgo a caer en la exageración, que en estos últimos meses ha nacido un nuevo movimiento: el movimiento Obama.

Sin embargo, ese gran cambio que, además de ser la autoseña de identidad de Obama y de haber sido asumido ciegamente por todos, está exento de la más mínima concreción, y por ende, de la más mínima credibilidad. En este tiempo nos han bombardeado desde los medios con la idea de que Obama iba a marcar un antes y un después, y sin embargo, no han sido capaces de transmitirnos la serie de políticas concretas, de puntos programáticos que haría que toda esta broma mediática tuviera cierta credibilidad. Obama es sólo marketing, una imagen, una marca, un nuevo mercado para las empresas del entretenimioento y la comunicación. Y si no, ¿cómo se explica que, despues de meses anunciando el gran cambio digan los "expertos" que lo único que no está muy claro del nuevo héroe internacional es su ideología? Esto es cierto, ocurrió en noticias Cuatro. Comentarios de este tipo parecen más bien una tomadura de pelo. Si no conocemos ni su ideología ni su programa, ¿en qué nos estamos basando para decir que Obama va marcar un antes y un después?, ¿cuáles son las razones que justifican esa enorme ilusión mediatizada?

Gracias a este fenómeno se ven situaciones bastante curiosas, como el hecho de que, los que en un principio cuestionaron al nuevo presidente de EE UU, ahora, al ver que no pueden ir contra viento y marea, cambien su estrategia y se dediquen a acercar la ambigua imagen de Obama a sus propios ideales. Ya no cuestionamos a Obama, sino que hacemos interpretaciones interesadas de su discurso para conciliarlo con el nuestro. Esto es lo que ocurre cuando emerge un nuevo líder carismático e indiscutible con el que, al menos en el corto o medio plazo, no podremos enfrentarnos.

Los que piensen que el nuevo presidente electo va a suponer una ruptura con la tradicional política de EE UU se equivocan de plano. En primer lugar, porque el nuevo líder carece de los valores progresistas que algunos han querido ver en él. Y en segundo lugar, porque, aunque fuese el más ferviente defensor del socialismo, no podría luchar contra toda una estructura, contra todo un sistema, pues, en la inmensa mayoría de los países no son los gobiernos electos quienes detentan las mayores cotas de poder, sino los poderes empresariales, la banca y otros múltiples grupos de presión (véase el lobby israelí, por poner un ejemplo). Quiero decir que el problema de EE UU (y de cualquier otra democracia liberal-burguesa) no reside en políticos incompetentes, sino en el modo de producción capitalista con su subcultura y con las estructuras reaccionarias que lo sustentan. Claro que son importantes los gobiernos, pero su papel se reduce a la gestión dentro de un sistema que aceptan por dogma y al que protegen con las leyes que fabrican. Es decir, que los gobiernos tienen todo el poder para mantener el sistema vigente, pero ninguno para cambiarlo. En este sentido, supone un gran acto de fe pensar que Obama va a cambiar la tradicional política exterior imperialista de EE UU, ya que, si, como decimos, el poder real está en manos de transnacionales y grupos de presión, el giro en esta política se presenta bastante improbable, y más teniendo en cuenta los cuantiosos beneficios que recibe el poder económico del mercado de la guerra. A modo de ejemplo podemos destacar a Blackwater, una empresa militar privada integrada por mercenarios, o todas aquellas empresas implicadas en la reconstrucción del país que los propios EE UU acaban de arrasar, o esas otras que se introducen en los campementos miltares que los marines montan en los países que invaden, véase Pizza Hut o Burger King.

En el caso que nos ataña ahora, las razones de esta sinrazón son claras: la euforia colectiva es un fiel reflejo de la crisis global del sistema, y no me refiero sólo a la crisis económica-financiera, también hablo de la crisis alimetaria, energética, institucional, democrática, medioambiental, filosófica, etc. La ingenua esperanza en la capacidad salvadora del nuevo líder carismático es consecuencia de una creciente desesperación generalizada, lo cual me recuerda a los fascismos de los años 30, que tenían una estética similar a la que rodea hoy a Obama y que surgieron debido a profundas crisis, pues fueron entendidos (o más bien, buscados desesperadamente) como salida de las mismas.

A todos aquellos que han caído en las redes de la basura mediática que intenta perpetuar el sistema cambiándolo de cara, les recomiendo que lean el discurso del señor Obama. O mejor, que empiecen por ver la portada de Público, del día 21 de enero, en la que aparece la mano del cambio jurando sobre una biblia, lo cual ya nos dice bastante de la pantomima que estamos viviendo. Con todo, el discurso no tiene desperdicio. En él podemos encontrar referencias a la "guerra" de EE UU con el mundo malo; continuas citas a dios, evidenciando el Estado semiteológico en el que viven; reivindicaciones del sistema de mercado (que "crea riqueza y libertad"), con tan sólo una tímida critica a "la codicia de unos pocos" cuando habla de la necesidad de un "ojo supervisor"; equiparaciones del fascismo y el comunismo, etc.

Éstas son las perlas de un hombre que defiende sin complejos la economía de libre mercado, la misma que nos ha llevado a la actual crisis de civilización; un hombre que no tiene ningún interés en universalizar la sanidad pública, sino en abaratar la privada; un hombre que defiende la intervención del Estado en la economía sólo cuando se trata de salvar los negocios de la burguesía con el dinero de los contribuyentes para después volver al dogma liberal y negar esa intervención en beneficio de los trabajadores, dotándolos de una mayor cobertura social; el mismo que pronuncia continuas exaltaciones a la patria, propias de una nación que se cree el centro del mundo, una nación que, más que joven, como dicen algunos, es parbularia, infantil, simplona; una nación que para confiar en sus líderes necesita conocer a sus hijos, a sus mujeres y verlos bailar y quererse como buenos cristianos, sencillos, familiares y, por supuesto, muy muy americanos.

Así que, despierten cuanto antes los que aún andan recreándose en esta locura transitoria. Abran los ojos, maduren y acéptenlo: Obama no existe; son los padres.