sábado, 6 de diciembre de 2008

Bolonia y la enajenación del trabajo intelectual


Para 2010, el Espacio Europeo de Educación Superior, más conocido como plan Bolonia, deberá quedar establecido. Con esta iniciativa lo que se pretende -dicen los gobiernos y empresas interesadas –es construir un modelo educativo que adapte las enseñanzas universitarias a las nuevas necesidades surgidas del contexto de un sistema de mercado globalizado. De esta manera, además de equiparar los títulos a los de cualquier otro país de la UE, los universitarios recibiremos una educación más acorde con las necesidades del mercado, lo que nos permitirá una mayor adaptación a las exigencias de las empresas que nos aportan parte de la educación y que más tarde han de darnos trabajo.
Tras este derroche de pragmatismo se esconde la verdadera intención del proceso. Lo que se pretende es supeditar el conocimiento que adquiramos durante la carrera a los intereses del capital. En tanto que las empresas empiecen a participar en la financiación de la educación universitaria, tengan sus espacios dentro de las facultades y formen parte de la estructura de la carrera (una parte del grado son prácticas sin remunerar en una empresa), estarán también participando en la creación de los propios planes de estudio. En tanto que los contenidos académicos deban adaptarse a las exigencias del mercado, las empresas serán las que marquen todas las directrices.
Esto sería nefasto para la filosofía universitaria, pues la Universidad es, principalmente, un lugar de debate, de análisis de la sociedad, de reflexión crítica, de conocimiento. Un lugar donde rige la máxima del saber por el saber. La imposición de la lógica del utilitarismo acaba con todo esto. Se convierte la Universidad en un mero instrumento de formación profesional, un instrumento para iniciarnos a los estudiantes en el aprendizaje exclusivo de una tarea muy concreta para satisfacer unas demandas muy concretas, de un determinado sector, en un momento puntual del desarrollo de mercado.
Pero como bien dicen los profetas de la nueva Universidad, las exigencias económicas cambian constantemente. Por ello, al quedar obsoletas las necesidades de mercado para las que se nos ha formado, nuestro conocimiento entero queda también obsoleto. Los jóvenes, desprovistos de toda capacidad de crear conocimiento alternativo, de toda cultura, de toda facultad para la reflexión crítica, seremos un instrumento, una pieza más de una cadena de montaje que ya no sirve.
Los estudiantes futuros, educados bajo el más absoluto utilitarismo empresarial, nunca sabrán que su situación es bien parecida a la de aquellos obreros industriales de los que hablaba algún pensador en el siglo XIX, aquellos obreros cuya fuerza de trabajo se veía reducida a hacer las veces de una pieza más en la cadena de montaje, aquellos obreros enajenados que habían perdido la consciencia de su propio trabajo. Nunca sabrán que ellos también han perdido la consciencia de su trabajo intelectual. Tampoco sabrán que ese pensador era Marx, y no lo sabrán porque el estudio de ciertos genios nunca más volverá a ser rentable.

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